Dicen que la niñez es la época más feliz de la vida. He escuchado, decenas de veces, clichés al estilo «cómo me gustaría ser niño otra vez», refiriéndose a una supuesta etapa sin preocupaciones. Hay muchos factores que me hacen cuestionar esta idealización, pues la realidad es que durante esta fase y después, en la adolescencia; las preguntas surgen a velocidad de guepardo y desafortunadamente las respuestas muchas veces no llegan —tal vez ni existen—. A veces es peor: en numerosas ocasiones esas respuestas que encontramos son parte de un juego que te reprime para moldearte igual a los demás.
‘’Nos hemos dado cuenta que, de esta manera estamos llegando a un público al que no teníamos acceso’’, comentó en entrevista Jonathan Daí, actor de este unipersonal, quien con su equipo y después meses de experimentación obligatoria a la que la pandemia ha llevado a los artistas han puesto en las pantallas de sus espectadores un tema del que es necesario hablar —no solo durante momentos de crisis—: la búsqueda de identidad y más que eso, el respeto a las diferentes expresiones que desarrollamos desde niños. Aquí es donde la precisión de este proyecto de Marionetas de la esquina empieza.
Con un guion de Amaranta Leyva, la historia de nuestro personaje tiene origen en una estética donde, de entrada, el hecho de ser niño parece el antónimo de un entorno de tintes, tijeras y sombras multicolor. En esta historia el antagonismo no recae en villanos de historias fantásticas, sino en las figuras de la realidad cotidiana: aquellas que están dictadas por la tradición y cuyas ideas se han impuesto como correctas y coherentes. Este niño se inmiscuirá en la confusión causada por un eco de las personas de su entorno en quienes encontrará detractores, pero también aliados. Encontrar respuesta a la cuestión «¿quién soy yo?» es la aventura en este texto.
Los títeres —manipulados por Daí con precisión y también gracias a la ayuda de Humberto Camacho— refuerzan la imagen del mundo de cabellos y tijeras del protagonista, pues están hechos a partir de objetos como secadoras, planchas y pinzas. Asimismo, el valor adicional de esta producción es el conjunto de elementos técnicos y artísticos que, con ciertos juegos de iluminación, utilería, música, inserts y hasta cambios de cámara, lograron un montaje que se ha visto poco en ZOOM. Honestamente, en algunos momentos se siente tan fluido y trabajado que surge la sensación de ser un producto pregrabado, pero no es así.
Como el epítome —circunstancial o no— de la distancia social, la dirección la realizó Claudio Hochman de forma virtual desde Portugal. La elección de algunas de las piezas musicales es, en cierta parte, melodramática, pero podría también hablarnos de la educación emocional a través de la música que en culturas como la nuestra tenemos. ‘’El estandarte que todo el equipo tenemos bien plantado es el respeto que los niños se merecen, pues ellos son más inteligentes y perceptivos que muchos adultos’’, señaló Jonathan Daí.
Con un ritmo suficiente para mantener la atención de los niños, Tú eres tú abre la conversación sobre temas importantes en la niñez sin menospreciar sus capacidades y sin buscar una imposición sino para, simplemente, difundir el tan necesario valor que es el respeto. Además, está logrando algo que al principio de esta crisis parecía lejano y desconocido: una hibridación entre el lenguaje teatral y el audiovisual en el que lo digital ya no es una barrera, sino un campo para sembrar oportunidades.
‘’Uno como ser humano desde la niñez empieza a buscar quién es y de repente te encuentras con un mundo cerrado en muchos modos; que te dice si tienes que ser alto, delgado, femenino o masculino. Los niños a veces no tienen una libertad para decidir quiénes quieren ser’’, apuntó el actor y titiritero.