TEXTO SOBRE LA OBRA EN MARTE LOS ATARDECERES SON AZULES
Sol meridiano de un sábado que combinaba con un cielo semidespejado. A su vez, este cielo combinaba con el uniforme de varias niñas y niños que estaban esperando a la derecha de la escalera que sube hasta la entrada del teatro. ¿Una salida obligada o una especie de excursión? No sabría decirlo y declaro culpabilidad por no haberlo preguntado. Cuando ingresamos, tomamos nuestros asientos y podemos escuchar una melodía, diseñada por Heriberto Díaz, que se siente como el inicio de una canción post-rock, mucho antes que, durante el clímax, haga a los altavoces vibrar. Por lo que podemos ver en escena podríamos inferir que así han concebido el sonido del espacio exterior.
Bajo una visión terrenal vemos el marco de una puerta, una tela sostenida por palos de madera y estrellas lanzadas por un proyector hacia estos objetos. Pero las jóvenes audiencias cuentan con una perspectiva más universal y, sobre todo, más luminosa. Así que la tela no era una tela sino toda la arquitectura de una guarida donde posiblemente se hayan vivido historias más interesantes que las que recordamos en el último año. Tal vez era una estación espacial. Decir que esta obra me gustó no tendría ningún valor. ¿Qué sí lo tendría? Que aquellos jóvenes de uniforme color atardecer en marte lo hubiesen disfrutado y así sucedió.
“Nunca, nunca quieras a nadie porque después cuando se van duele despedirse”, es la promesa que se hacen Nica y Caro en la historia escrita por Hasam Díaz. Una frase que podría sonar exagerada, pero que resulta una respuesta sumamente lógica y protectora ante la aflicción. Si alguna vez, una flama te quema ¿desistirías de prender fuego otra vez con tal de evitarlo? ¿aún con lo mucho que disfrutas el calor que expide? Seguramente no, pero eso es algo que posiblemente no se aprende al primer ardor. Es lo que las niñas aprenden durante su viaje: que las promesas se pueden romper cuando hay alguien que tiene la digna capacidad de arder a través del cariño.
Los ojos y la voz de Caro —interpretada por Mariana Moyers, quien no intenta hacer una caricatura de niña, sino que aborda al personaje desde su propio cuerpo y empatía y que además, se observa más experta en el comportamiento de los niños que en su interpretación del año pasado durante la XII Semana de Teatro para Niños— son los anteojos que nos llevarán a través de la relación con su hermana, su madre y el forastero Bastian, hombre que buscará ganarse un lugar dentro de un campo con tierra abonada de generosidad, pero que ha sido invadido por la maleza del adiós y la vacilación. La edad no es sinónimo de nada y tanto adultos como niños tendrán que cuestionar y reaprender.
Carolina Berrocal es Nica, la hermana de Caro, un personaje que construye a través del juego, cuyas acciones y diálogos son divertidos por su interpretación con inventiva, con espontaneidad y no la torpeza con la que a veces se pinta a los niños. Nica y Caro empiezan a construir y ampliar su mundo a través de algo tan sencillo —y a veces tan olvidado— como son las preguntas. Esta obra deja claro que las dudas no son sinónimo de incompetencia, sino de curiosidad. Estas niñas entienden algo importante: cuestionar es la herramienta más eficaz para desarrollar el entendimiento. Simultáneamente María, personificada por Alejandra Reyes y Bastian, por Abraham Jurado, responden con el cuidado suficiente para no subestimar.
Y en este tenor, me preguntaba sobre el final de la obra. Como respuesta inmediata, se podría decir que no tiene uno feliz. Sin embargo, con un poco más de tranquilidad, podríamos argumentar que, más bien, no resulta uno típico de varias historias para públicos jóvenes sino uno que te cubre de frío para luego encender una flama nueva y volver a templar. Un aroma acre que al mismo tiempo es afable. Muestra que el “ser feliz por siempre” no existe y ni tendría por qué. Lo que existe es un camino lleno de cambios y adaptación, donde antes de desamarrar dos lazos, deberá probarse si un nudo distinto resulta más cordial con las características de un nuevo presente.